El 26 de abril de 2025, Buenos Aires se convirtió en el epicentro del dolor y la gratitud para millones de argentinos que asistieron a una misa al aire libre frente a la Catedral Metropolitana, donde Jorge Mario Bergoglio, conocido mundialmente como el Papa Francisco, sirvió como arzobispo antes de asumir el papado en 2013. La ceremonia, que reunió a fieles de todo el país, fue un “abrazo simbólico” al primer pontífice latinoamericano, quien falleció tras una seria enfermedad, según informó el Vaticano el 21 de abril. Sin embargo, junto al duelo, emergió un sentimiento agridulce: la tristeza de que Francisco nunca regresara a su tierra natal durante sus 12 años como Papa.
Francisco, quien antes de su papado recorría las villas miseria de Buenos Aires en colectivo para estar cerca de los más pobres, dejó una huella imborrable en Argentina. Durante su pontificado, promovió un mensaje de justicia social y humildad que resonó profundamente en un país que enfrentó múltiples crisis económicas y políticas en las últimas décadas. En las villas porteñas, como la Villa 31, su imagen sigue presente en murales y parroquias, recordado como un “cura villero” que inspiró a generaciones de sacerdotes a trabajar en las comunidades más vulnerables. Sin embargo, su ausencia física como Papa generó un vacío emocional. “Me dolió que no volviera, pero entiendo que quiso evitar que su visita fuera usada políticamente”, expresó Laura Aguirre, una fiel de 50 años, tras asistir a una misa en su honor en la Basílica de San José de Flores, cerca de su hogar de infancia.
El impacto de Francisco trasciende lo religioso y se entrelaza con la identidad social argentina. Durante su papado, visitó 68 países, muchos en zonas de conflicto, pero nunca regresó a Argentina, a pesar de expresar su deseo de hacerlo en septiembre de 2024, cuando señaló que “son mi pueblo”, pero que “había asuntos que resolver primero”. Expertos sugieren que su decisión de no visitar el país estuvo motivada por el temor a que su presencia fuera instrumentalizada en un contexto político polarizado, especialmente bajo gobiernos que enfrentaron tensiones con la Iglesia, como el de Mauricio Macri y el de Alberto Fernández. Roberto Carles, ex embajador argentino en Italia entre 2020 y 2023, señaló que Francisco se frustraba cuando sus gestos universales eran interpretados a través del lente de la política local.
En un país donde la fe católica sigue siendo un pilar cultural, la muerte de Francisco ha reavivado debates sobre el rol de la Iglesia en la sociedad. Los “curas villeros”, un movimiento que Francisco apoyó desde sus días como arzobispo, han intensificado su trabajo en los barrios más pobres, llevando su mensaje de cercanía y resistencia. En la Villa 31, el padre Juan Isasmendi, uno de estos sacerdotes, destacó que “Francisco nos enseñó a estar con los últimos, a no tener miedo de ensuciarnos las manos”. Sin embargo, la crisis económica actual, con una inflación que alcanzó el 3% en febrero de 2025 y un crecimiento económico frágil, pone a prueba la capacidad de estas comunidades para sostenerse, mientras el mensaje de Francisco de solidaridad y esperanza cobra aún más relevancia.
La despedida a Francisco no solo fue un acto de fe, sino también un momento de introspección para Argentina. En medio de un año electoral marcado por tensiones y un nuevo acuerdo con el FMI, su legado invita a reflexionar sobre los valores que unen a la sociedad: la empatía, la justicia y la humildad. Mientras los fieles encienden velas y rezan por su alma, el eco de sus palabras sigue resonando en un país que, ahora más que nunca, busca un camino de unidad y recuperación.