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Día 4: De San Antonio de Areco a Villa General Belgrano – Un salto a las Sierras de Córdoba

El día comenzó temprano, con el motor zumbando mientras dejábamos San Antonio de Areco por la Ruta 8. Nuestro destino final era Villa General Belgrano, en las Sierras de Córdoba, pero el trayecto de casi 700 kilómetros nos ofrecía una parada obligada en Rosario, a unas 3 horas de viaje. La autopista nos regaló un paisaje de campos dorados y silos plateados, mientras el mate iba y venía para mantenernos despiertos.

Llegamos a Rosario al mediodía y decidimos estirar las piernas junto al Paraná, en el Parque Nacional a la Bandera. La imponente vista del río y el Monumento a la Bandera, con su torre de 70 metros, nos recordaron la importancia histórica de esta ciudad. Aprovechamos para almorzar en un restaurante cercano, El Viejo Balcón, donde probamos un pescado de río a la parrilla, fresco y sabroso, acompañado de una limonada con menta que refrescó el calor del mediodía. Rosario, con su energía urbana y su conexión con el río, nos dio un respiro antes de seguir viaje.

Retomamos la ruta hacia Córdoba por la RN9 y luego la RN158, atravesando pueblos pequeños y llanuras interminables. Finalmente, tras unas 5 horas más de viaje, las primeras sierras comenzaron a asomar en el horizonte, anunciando nuestra llegada al Valle de Calamuchita. Villa General Belgrano nos recibió con sus calles arboladas, casas de estilo alpino y un aire fresco que olía a pino y tranquilidad.

Nuestra primera actividad fue un paseo por el centro del pueblo, donde la influencia de los inmigrantes alemanes y suizos es evidente. Las fachadas de madera, los carteles tallados y las chocolaterías nos hicieron sentir como en un rincón de Europa. Visitamos La Cumbrecita, un pueblo peatonal a pocos kilómetros, al que se accede por un camino serpenteante entre las sierras. Allí, caminamos por senderos rodeados de bosques y cascadas, como la del Arroyo Almbach, donde el agua cristalina invitaba a remojar los pies. El silencio, roto solo por el sonido de los pájaros, fue un bálsamo para el alma.

De regreso en Villa General Belgrano, nos instalamos en una cervecería artesanal, Viejo Munich, para probar una de las especialidades del pueblo: la cerveza tirada. Elegimos una rubia suave y una negra con notas de chocolate, acompañadas de una tabla de ahumados que incluía trucha y ciervo. Mientras brindábamos, un grupo de músicos tocaba una polka, y algunos locales se animaron a bailar, contagiándonos su alegría.

El atardecer lo vivimos desde el Cerro de la Virgen, un mirador al que subimos tras una caminata corta pero empinada. Desde la cima, el valle se extendía ante nosotros, con las sierras recortadas contra un cielo que pasaba del naranja al violeta. La vista era tan impresionante que nos quedamos en silencio, simplemente disfrutando del momento.

La cena fue en Ciervo Rojo, un restaurante con un ambiente cálido y rústico. Pedimos un goulash con spätzle, un plato típico de la región que nos reconfortó tras el día largo. De postre, un strudel de manzana con crema que nos dejó con una sonrisa. Mientras nos despedíamos del día, reflexionábamos sobre cómo Villa General Belgrano nos había sorprendido con su mezcla única de culturas y paisajes.

Mañana, seguiremos explorando las sierras cordobesas, con rumbo hacia Alta Gracia y el legado del Che Guevara. Por ahora, nos dejamos arrullar por el sonido del viento entre los árboles, listos para descansar y soñar con las próximas aventuras.

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