Argentina, mayo de 2025. El índice Merval, que arrancó el año en 2,564,659 puntos, ha caído un 28% aproximadamente, ubicándose cerca de 1,846,153 puntos tras una racha bajista que incluyó un 14% de pérdida en dólares según comentarios recientes. Sin embargo, apenas un 0,6% de las familias invierte en activos bursátiles. En contraste, un informe destaca que Argentina lideró la región en 2024 con casi 100 mil millones de dólares invertidos en criptomonedas. ¿Por qué esta brecha? La respuesta está en una mezcla de historia, desconfianza y la búsqueda de soluciones mágicas.
Primero, el trauma económico. Décadas de crisis, desde la hiperinflación de los 80 hasta el corralito de 2001, dejaron una huella profunda. La inestabilidad económica y normativa hace que los argentinos vean a la bolsa como un terreno minado. Con una inflación que históricamente supera el 100% anual y una devaluación del peso del 10% adicional en abril, la bolsa, que requiere paciencia y un sistema predecible, no convence. En cambio, las criptomonedas ofrecen una salida inmediata: un estudio mostró que el 52% de los argentinos las ve como refugio de valor, y Bitcoin subió un 122% en 2024, superando los 100,000 dólares en diciembre.
Pero no todo es racional. La fiebre cripto tiene un componente emocional: la promesa de riqueza rápida. Esquemas como $Libra, que dejó a 74 mil damnificados tras un “rug pull” en febrero de 2025, son la cara oscura. Estos proyectos apelan al argentino harto de ver sus ahorros desvanecerse, impulsados por la curiosidad y el “miedo a quedarse afuera”. Mientras tanto, las inversiones productivas, como acciones de empresas locales, quedan relegadas. La presión tributaria, el riesgo laboral y la falta de seguridad jurídica desalientan cualquier apuesta a largo plazo. Un comentario reciente lo resumió: “Es más conveniente timbear en la bolsa que producir”.
La falta de educación financiera agrava el problema. Aunque el 93% de los argentinos ha oído hablar de criptomonedas, solo la mitad las entiende, y el 9% sabe qué es web3. “No sé por dónde empezar” es la excusa más común, tanto para la bolsa como para criptos, pero estas últimas tienen el brillo de la novedad y la ilusión de ganancias instantáneas. Con el 13% confiando en los bancos y un sistema financiero percibido como ineficaz, las alternativas digitales ganan terreno.
Entonces, ¿qué nos queda? Una sociedad que, para sobrevivir, prefiere apostar al “todo o nada” antes que construir a largo plazo. Las criptomonedas no son el problema; son un síntoma. Mientras no haya estabilidad económica, confianza en las instituciones y educación financiera, seguiremos corriendo detrás de espejitos de colores. La bolsa y las inversiones productivas pueden esperar… o seguir juntando polvo.