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Día 8: De La Falda a Capilla del Monte – Misticismo y el llamado de los cerros

Dejo La Falda con el sol asomando entre los cerros, el sabor del alfajor aún en la memoria y la brisa serrana acompañándome. Conduzco por la ruta provincial 38 hacia Capilla del Monte, a unos 35 kilómetros al norte, un destino que promete misterio y belleza natural. El camino se adentra en el Valle de Punilla, con colinas verdes y arroyos que brillan bajo la luz matutina. El rumor de los “ovnis” y la energía especial del lugar me intrigan, y decido descubrirlo por mí mismo.

Hago una parada en La Cumbre, un pueblo pintoresco a mitad de camino, donde me detengo en el Mirador del Infiernillo. Desde allí, la vista de las Sierras Grandes me corta el aliento: picos escarpados y valles profundos se extienden como un lienzo natural. Compro un mate cocido con leche en La Esquina del Sabor, un pequeño café, y sigo mi ruta con renovada energía.

Llego a Capilla del Monte al mediodía, cuando el calor empieza a sentirse. Esta ciudad, famosa por el Cerro Uritorco y sus leyendas místicas, me recibe con calles tranquilas y casas de adobe. Estaciono cerca de la plaza principal, Plaza San Martín, y decido explorar a pie, dejando que la energía del lugar me guíe.

Mi primera parada es el Cerro Uritorco, el ícono de Capilla del Monte. Subo por un sendero moderado que me lleva entre rocas y vegetación autóctona, con vistas que se abren paso a cada paso. A 1.949 metros de altura, la cima me regala una panorámica espectacular: el valle, los cerros y un horizonte que invita a la reflexión. Los locales hablan de energías místicas y portales dimensionales, y aunque no siento nada sobrenatural, el silencio y la vastedad me llenan de paz. Descanso un rato, tomando agua y contemplando el paisaje.

De regreso, el hambre me lleva a El Rincón del Tigre, un restaurante sencillo en la calle España. Pido un pollo al disco, cocinado lentamente con verduras y especias, acompañado de un vino malbec de Mendoza. De postre, pruebo unas pastafrolas de membrillo que se deshacen en la boca. La dueña, una mujer de mirada curiosa, me cuenta sobre las leyendas del Uritorco y me sugiere visitar el atardecer en el dique.

Por la tarde, exploro el Dique La Quebrada, un espejo de agua rodeado de cerros y sauces. Camino por la orilla, escuchando el canto de los pájaros y el murmullo del agua. Compro unas empanadas de carne en La Panadería del Cerro, un local local, y me siento bajo un árbol a disfrutarlas mientras el sol comienza a bajar. El ambiente es sereno, y el rumor de los pescadores me acompaña mientras reflexiono sobre el viaje.

El atardecer me lleva al Cerro de la Cruz, un mirador natural con una cruz que domina el pueblo. Subo los últimos metros y me siento en una roca, viendo cómo el sol tiñe de naranja los cerros y el valle. El silencio es casi sagrado, y por un momento siento que Capilla del Monte guarda un secreto que solo los viajeros solitarios pueden entender.

Para cerrar el día, ceno en La Posada del Viajero, un restaurante con paredes de piedra y un ambiente cálido. Pruebo una pascualina de verdura y un postre de flan con crema, acompañado de un té de hierbas serranas. Mientras saboreo la última cucharada, pienso en la próxima etapa: tal vez Cosquín, con su folclore, o un desvío hacia las sierras de San Marcos Sierras.

Dónde quedarse: Recomiendo la Cabaña Los Alamos, con vistas al Uritorco y un entorno tranquilo. Otra opción es el Hostel El Descanso, ideal para viajeros solos.

Consejo del viajero: Llevá calzado cómodo y agua para la caminata al Uritorco. El clima puede cambiar rápido, así que un abrigo ligero es útil.

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