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La prohibición turística en el megacomplejo norcoreano: Un síntoma más de la imparable carrera por la soledad del líder Kim Jong-un

Kim Jong-un, dictador de Corea del Norte, ha cerrado las puertas a los turistas extranjeros en su ambicioso proyecto costero. Este megaevento arquitectónico, que prometía ser el orgullo nacional, terminó como un fracazo mediático y económico. El régimen heredero muestra una nueva forma de ostentación que prioriza la intimidad sobre lo público.

En la vanguardia del dictador norcoreano Kim Jong-un se ha materializado otro de sus sueños imposibles: el Marina d’Or, un complejo turístico multimillonario construido en la costa sureste del país. Este ambicioso proyecto, que prometía convertirse en el símbolo más grandioso de su régimen y rivalizar con las maravillas arquitectónicas occidentales, terminó por demostrar ser un gigantesco fracaso.

Según informaciones publicadas hace unos días por varios medios internacionales, la administración del dictador norcoreano ha proscrito el acceso a los turistas extranjeros en este recinto. El gesto parece revelar una actitud aún más cerrada y exclusiva que antes se sospechaba.

El gigantesco edificio de 75 hectáreas, con un costo aproximado de 850 millones de dólares, fue inaugurado hace unos pocos meses como el nuevo símbolo del poderío estatal en la costa. Sin embargo, fuentes oficiales norcoreanas confirmaron que los visitantes extranjeros están totalmente excluidos.

Un análisis más profundo revela que este aislamiento estratégico podría deberse a varios motivos: desde una necesidad de preservar el misterio mediático hasta un intento de evitar las críticas internacionales. El régimen parece preferir la exclusividad sobre lo público, buscando en esta medida reforzar su control total.

Los precios del complejo giraban alrededor de 30 dólares por persona para los servicios básicos, cifra prohibitiva incluso para los turistas habituales en esa región. Esta tarificación exorbitante no parece haber funcionado como esperaba el régimen heredero, que probablemente contaba con miles de visitantes cada año.

La crítica internacional tampoco ha sido ajena a este asunto: organismos periodísticos y de derechos humanos señalan que la construcción del edificio fue realizada bajo condiciones laborales infrahumanas. Se sabe que los trabajadores involucrados en esta obra fueron reclutados forzosamente, creando un contraste cruel con el lujoso complejo.

Este hecho no es más que uno más de una larga lista de fracasos económicos del gobierno dirigido por Kim Jong-un. Desde la construcción inútil del transbordador espacial hasta los proyectos hoteleros desiertos, el régimen ha demostrado una incapacidad manifiesta para gestionar adecuadamente sus inversiones.

La respuesta internacional ante este asunto no ha tardado en materializarse: organizaciones como la Cruz Roja han solicitado información sobre las condiciones de los trabajadores. Esto sitúa a Corea del Norte bajo nuevo foco mediático, incrementando su reputación negativa.

Asimismo, expertos económicos señalan que esta prohibición turística podría afectar directamente la balanza comercial norcoreana en un momento especialmente delicado para el país. La economía ya experimenta serias dificultades desde el fin del régimen soviético hace décadas.

El impacto social dentro de Corea del Norte tampoco es desdeñable: mientras los líderes gastan miles de millones en estos proyectos lujosos, la población sueña con un futuro más prometedor pero tangible. Este nuevo ‘Benidorm’ parece ser una burda competencia contra sí mismos.

La historia del desarrollo turístico en Corea del Norte es un recordatorio constante de sus limitaciones económicas y de su obstinación política única. Este caso específico demuestra que el poder no siempre sabotea la realización, más aún cuando se aleja de las necesidades reales.

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