Nuevas investigaciones revelan que factores genéticos, el microbioma intestinal y el estilo de vida (estrés, sueño y hormonas) pueden elevar el colesterol LDL, incluso cuando la alimentación y la actividad física son adecuadas.
¿Por qué la dieta y el movimiento ya no bastan?
Durante décadas se ha culpado a los alimentos grasos y al sedentarismo del aumento del colesterol “malo”. Sin embargo, estudios recientes publicados en revistas médicas internacionales demuestran que, para un gran número de pacientes, esos factores explican menos del 40 % de la variación del LDL.
Genética: el legado invisible
La herencia genética responde de entre el 25 % y el 30 % de los niveles de colesterol LDL. Mutaciones en los genes PCSK9 y LDLR pueden producir hipercolesterolemia familiar, una condición que se manifiesta aun con una dieta equilibrada y ejercicio regular.
Microbioma intestinal: el nuevo protagonista
Investigaciones del Instituto de Salud de Boston hallaron que una composición alterada de la flora intestinal, particularmente la escasez de bacterias productoras de ácido láctico, se asocia a un incremento de hasta el 12 % del LDL. Los metabolitos bacterianos influyen en la síntesis hepática de colesterol.
Estrés crónico y falta de sueño
El estrés prolongado eleva la hormona cortisol, lo que estimula la producción hepática de colesterol. Un estudio de la Universidad de Oxford muestra que dormir menos de seis horas por noche incrementa el LDL alrededor de un 10 % respecto a quienes duermen ocho horas.
Desequilibrios hormonales
Problemas de tiroides, especialmente hipotiroidismo subclínico, ralentizan el metabolismo de los lípidos y pueden elevar el colesterol malo sin que la dieta cambie.
¿Qué puedes hacer?
Ante la sospecha de una causa oculta, los médicos recomiendan:
- Realizar un panel genético que incluya PCSK9, LDLR y otros marcadores de riesgo cardiovascular.
- Evaluar la salud del microbioma mediante pruebas de heces y, de ser necesario, introducir probióticos específicos.
- Implementar técnicas de manejo del estrés como meditación o terapia cognitivo‑conductual.
- Priorizar una rutina de sueño de al menos siete a ocho horas continuas.
- Controlar la función tiroidea mediante análisis de TSH y T4 libre.
Adaptar el tratamiento a estos factores permite reducir el LDL de forma más eficaz que con dieta y ejercicio solos, y disminuye el riesgo de enfermedad cardiovascular a largo plazo.