El sol apenas despunta cuando dejo atrás Alta Gracia, con el eco de los tambores del Che y las notas de Manuel de Falla resonando en mi memoria. Conduzco por la ruta nacional 9, rumbo a Jesús María, a unos 60 kilómetros al norte, donde las Sierras de Córdoba se suavizan y la tradición gaucha toma protagonismo. El paisaje se tiñe de verdes intensos, salpicado de vacas pastando y pequeños arroyos que reflejan el cielo matutino. Es un trayecto tranquilo, perfecto para disfrutar del silencio y la brisa que entra por la ventana.
Hago una parada breve en Colonia Caroya, a mitad de camino, un pueblo fundado por inmigrantes italianos en el siglo XIX. Me detengo en la Plaza San Roque, rodeada de casas bajas con techos rojos, y visito el Museo de la Colonización, donde descubro herramientas, fotografías y recetas de los pioneros. En la panadería La Nonna, compro un par de piononos –esos rollos de dulce de leche envueltos en masa– que se deshacen en la boca, y sigo viaje con el sabor aún en el paladar.
Llego a Jesús María al mediodía, cuando el calor empieza a subir y las calles se animan con el trajín de los locales. Esta ciudad, conocida por su Fiesta Nacional de la Doma y el Folclore –que en mayo ya se prepara para su edición de verano–, me recibe con un aire de tradición y hospitalidad. Estaciono cerca de la Plaza San Martín y decido explorar a pie, dejando que el pulso del lugar me guíe.
Mi primera visita es el Convento Jesuítico y Estancia de Jesús María, otro tesoro declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Construido en el siglo XVII, este complejo mezcla historia religiosa y rural. Recorro las habitaciones de los jesuitas, el claustro silencioso y el museo, donde se exhiben herramientas agrícolas y reliquias de la época colonial. El guía me explica cómo los jesuitas enseñaban a los indígenas técnicas de cultivo, y me impresiona el molino hidráulico aún en pie, un vestigio de ingenio del pasado. Me siento un rato en el patio, rodeado de naranjos, dejando que la paz del lugar me envuelva.
Caminando hacia el centro, paso por el Predio de la Doma y el Folclore, el corazón de la famosa fiesta que atrae a miles cada enero. Aunque no hay evento en mayo, el lugar está vivo con preparativos: jinetes ensayan sus destrezas, y el olor a cuero y madera recién cortada llena el aire. Me detengo a charlar con un artesano que talla riendas, y me cuenta que la próxima edición será inolvidable. Compro un mate artesanal con detalles tallados, un recuerdo perfecto de este paso.
El hambre me lleva a La Estancia de Jesús, un restaurante rústico en la calle Belgrano. Pido un locro bien cargado, con maíz, porotos y mondongo que me reconfortan tras el recorrido matutino. Lo acompaño con un vino tinto de la región, y de postre me tiento con unas tortas fritas recién hechas, servidas con miel. La dueña, una mujer de mirada amable, me recomienda visitar la iglesia local al atardecer.
Tras el almuerzo, visito la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Rosario, una joya colonial con su fachada blanca y su campanario imponente. Dentro, las imágenes de santos y el altar dorado me trasladan a otra época. Me siento en un banco trasero, disfrutando del silencio y observando cómo la luz entra por las ventanas altas.
El atardecer me encuentra en el Parque de la Estancia, un espacio verde junto al río Jesús María. Compro unas empanadas de pollo en El Fogón Criollo, un puesto callejero, y me siento bajo un sauce a disfrutarlas mientras el sol se despide tras los cerros. El sonido del agua y el canto de los pájaros me relajan, y por un momento siento que el viaje me ha adoptado como parte de su alma.
Para cerrar el día, ceno en El Rincón Gaucho, un restaurante que celebra la cocina tradicional. Pruebo un asado de tira con chimichurri casero y una humita en chala que derrite en la boca. El ambiente, con paredes de adobe y guitarras colgadas, me invita a quedarme un rato más, escuchando a un músico local que entona una zamba. Mientras saboreo un Fernet con cola, pienso en la próxima etapa: tal vez Córdoba capital o un desvío hacia las sierras de La Falda.
Dónde quedarse: Recomiendo la Posada del Camino, una casa de campo con vistas al río, ideal para descansar. Otra opción es el Hotel Jesús María, céntrico y con un toque moderno.
Consejo del viajero: Llevá repelente para los mosquitos cerca del río y una campera ligera para las noches frescas. Si podés, coordiná con un local para ver un ensayo de doma informal.