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Día 7: De Jesús María a La Falda – Sierras, senderos y un toque de nostalgia

Dejo Jesús María con el aroma del locro y el eco de las zambas aún resonando en mi cabeza. Conduzco por la ruta nacional 38 hacia La Falda, a unos 70 kilómetros al suroeste, en el corazón del Valle de Punilla. El camino serpentea entre cerros cubiertos de vegetación, y el aire fresco de las sierras entra por la ventana, cargado de olor a eucalipto. A lo lejos, las Sierras Chicas se alzan majestuosas, prometiendo un día de paisajes, caminatas y recuerdos de épocas pasadas.

Hago una parada en Villa Giardino, un pueblo tranquilo a pocos kilómetros de La Falda, donde me detengo en el Parque Los Molinos, un espacio verde junto a un arroyo cristalino. Camino un rato entre los sauces, escuchando el murmullo del agua, y compro un alfajor artesanal de dulce de leche en un puesto local, Dulce Amanecer. El sabor me acompaña mientras sigo el camino, con el sol trepando en el cielo.

Llego a La Falda cerca del mediodía, cuando la ciudad está en plena actividad. Ubicada en el Valle de Punilla, La Falda es un destino clásico de las Sierras de Córdoba, conocido por su aire puro, sus senderos y su historia como refugio de veraneantes en el siglo XX. Estaciono cerca de la avenida principal, Edén, y decido explorar a pie, sintiendo la energía tranquila del lugar.

Mi primera visita es el Hotel Edén, un ícono histórico que alguna vez fue el alojamiento de lujo de la élite argentina. Aunque hoy está en restauración, el edificio conserva su majestuosidad, con su fachada de piedra y sus jardines amplios. Me sumo a una visita guiada que recorre los salones principales, donde aún se pueden ver lámparas de época y muebles antiguos. El guía me cuenta que figuras como Albert Einstein y el poeta Rubén Darío se hospedaron aquí, y por un momento me imagino las tertulias que habrán tenido lugar bajo estos techos. Desde la terraza, la vista del valle es espectacular, con los cerros teñidos de verde y el cielo despejado.

Con ganas de naturaleza, subo al Cerro La Banderita, uno de los puntos panorámicos más accesibles de La Falda. El sendero, de dificultad baja, me lleva entre pinos y arbustos de flores silvestres hasta la cima, a unos 1.200 metros de altura. Desde allí, el Valle de Punilla se despliega como un cuadro: casas de techos rojos, arroyos plateados y cerros que se pierden en el horizonte. Me siento en una roca a descansar, disfrutando del silencio y el viento fresco que me acaricia el rostro.

El hambre me lleva de vuelta al centro, donde encuentro Parrilla El Balcón, un restaurante con vistas a las sierras. Pido un chivito al asador, tierno y jugoso, acompañado de una ensalada criolla y un vaso de vino blanco. De postre, me tiento con un queso serrano con dulce de membrillo, una combinación que celebra los sabores de la región. El dueño, un hombre mayor con acento cordobés, me recomienda visitar el dique al atardecer, y anoto el consejo.

Después de almorzar, camino hasta el Museo Pierre d’Art, un pequeño espacio dedicado a la historia del arte y la cultura local. Exhibe esculturas, pinturas y objetos antiguos, pero lo que más me llama la atención es una colección de postales de La Falda de los años 30, que muestran a veraneantes paseando por la avenida Edén con sombrillas y sombreros. Me transporto a esa época dorada, imaginando el glamour de aquellos días.

El atardecer me encuentra en el Dique La Falda, un embalse rodeado de cerros y sauces. Compro un mate en El Kiosco del Dique, un puesto sencillo, y me siento en la orilla a cebar mientras el sol tiñe de dorado el agua. El lugar está tranquilo, con algunas familias paseando y pájaros revoloteando entre los árboles. El aroma de las hierbas silvestres y el sonido del agua me llenan de calma, y siento que las sierras me han dado la bienvenida.

Para la cena, elijo La Posta del Valle, un restaurante acogedor en el centro. Pruebo una trucha a la manteca negra, un plato típico de la zona, acompañada de papas rústicas y un torrontés bien frío. El ambiente, con paredes de madera y una chimenea encendida, es perfecto para una noche fresca de mayo. Mientras saboreo un flan con crema, pienso en el próximo destino: tal vez Capilla del Monte, para buscar un poco de mística, o Cosquín, cuna del folclore.

Dónde quedarse: Recomiendo la Cabaña El Mirador, con vistas al valle y un ambiente rústico. Otra opción es el Hotel Marydor, céntrico y con un estilo más moderno.

Consejo del viajero: Llevá una botella de agua y protector solar para las caminatas. Si visitás el Hotel Edén, chequeá los horarios de las visitas guiadas, suelen ser por la mañana o al atardecer.

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